Trelew I

sábado, 22 de agosto de 2009 ·

La Mordida

-Saquen ese animal de ahí, carajo... -ordenó el sargento de la policía en medio del griterío infernal de la dueña de casa, que estaba con un ataque de histeria, y los llantos de las mujeres pensionistas.
-No podemos, jefe... -contestaron los tres agentes mientras tironeaban de las piernas del policía de civil, que mordía con furia de perro rabioso el muslo deFernando con los dientes hincados y la mandíbula tensa. La sangre le corría por las comisuras de sus labios y sus dos manos golpeaban una y otra vez sobre el cuerpo de Fernando, que aún estaba inconsciente.
Recobrar el conocimiento en esas circunstancias no fue algo placentero. Sentía un
dolor y un ardor intenso en su cabeza y en su pierna derecha. Recordaba un golpe seco, casi en la nuca, con el que prácticamente lo habían dormido antes de quitarle el arma. Pero la pierna -pensó-, ¿por qué le dolía?
Inclinó su cabeza hacia el lado derecho y vio al policía prendido en la mitad de su muslo, mordiéndolo y zamarreando su pierna como un animal de caza.
Los tres policías que lo tironeaban lograron desprenderlo y escupió el pedazo de carne atrapado por el trismus de sus mandíbu­las. También escupió el pedazo de tela y empezó a insultar a los gritos a Fernando y toda su parentela. Estaba fuera de sí, descontrolado.
Fernando cayó preso en esa pensión, donde vivía una compañe­ra montonera, a quien Adriana Lesgart le había dejado una valija que llevaba a Tucumán para entregarle a él y a Susana Lesgart, su primera esposa asesinada durante la fuga del penal de Trelew. Los comisarios Tamañini y Albornoz, a cargo del operativo, custodiaban los alrededores de la casa desde hacía tres días, y con la complicidad de la dueña, habían apostado a dos policías en una habitación. Sabían que un tal Ramírez pasaría tarde o temprano por allí para retirar la valija, en la que habían encontrado documentación importante de Montoneros.
Ramírez era el nombre del documento falso que Fernando portó hasta septiembre de 1971, fecha en que se produjo la detención en la capital tucumana.
Habían sucedido episodios importantes como La Calera, el secuestro y ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu, y muchos de los combatientes de las organizaciones armadas habían apostado a Tucumán como cabecera de playa. Ya había anteceden­tes de guerrilla rural: Massetti en Salta; Uturuncos en Tucumán.
Jorge Ricardo Massetti había fundado el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), con el objetivo de consolidar un segundo frente para complementar la guerrilla que el Che Guevara había iniciado en Bolivia. Era la época en que Arturo Illia ocupaba la presidencia en Argentina. Fernando conoció a dos de sus lugartenientes cuando estuvo preso en el Chaco, en la cárcel de máxima seguridad de Resistencia, provincia del Chaco. Allí entabló amistad con Méndez y Jouvé, sobrevivientes del EGP. La primera experiencia conjunta de organizaciones para lograr unidad de acción estaba en marcha.
A fines de 1971 fue trasladado de Devoto al Chaco. Las fuerzas de seguridad trataban de no mantener a los guerrilleros mucho tiempo en el mismo lugar.
Hacia septiembre-octubre de 1968, las FAP habían desarrollado, siguiendo el ejemplo de los Uturuncos, en Taco Ralo, su primer intento de guerrilla rural, abortado luego por las fuerzas de seguri­dad. Con poco equipamiento y escaso conocimiento, fueron perse­guidos por el comisario Tagmanini. Varios fueron enviados también a la cárcel de Resistencia, donde se pusieron en contacto con Fernando.
Montoneros ya estaba operando en Tucumán, cuando las FAR, destinaron cuadros de combate a la provincia. Su jefe regional, Julio Roque, estableció una relación de amistad con Fernando y Susana, sumando acuerdos políticos y ejecutando después la primera ope­ración conjunta pública: la toma de la comisaría de Mariano Moreno, que si bien fue una operación frustrada, porque perdieron armamentos y hombres, tuvo una repercusión nacional que ni Montoneros ni FAR esperaban. El enfrentamiento fue magnificado por los comunicados de las fuerzas de seguridad para aparentar una batalla de dimensiones.
Para ambas organizaciones tuvo consecuencias directas. Los cambios de domicilio, costumbres, contactos y lugares habituales, se impusieron por razones de seguridad interna. Montoneros había comprado en La Cocha, en el interior de Tucumán, un terreno con una pequeña edificación que acondicionaron incorporándole un sótano construido a prueba de humedad, para guardar armamen­to. Arriba, la vivienda tenía dos habitaciones y un baño con un anexo pequeño de cocina. En esa época, la FAR había secuestrado abundante armamento al ejército, y con camiones camuflados depositaban en diferentes provincias parte de lo acopiado. Julio Roque les dejó armas suficientes para una resistencia de un año. El sótano guardaba un tesoro bélico de grandes proporciones. Una muestra más de las acciones unificadas de las organizaciones por la liberación.
Desde allí, dejando una pareja de cuidadores -compañeros peronistas vinculados a las tareas agrícolas- se fueron a pleno centro tucumano y, cerca del Mercado de Abasto, alquilaron una vivienda con un depósito con tinglado cubierto que aprovechaban para guardar autos "recuperados".
Entre ellos, dos patrulleros que camuflaron para realizar rondas nocturnas yseguir el rastro a la policía por medio de su propia radio. Durante un año realizaron operaciones de poca envergadura y muchos militantes regresaron a sus provincias y a sus lugares de lucha.
Fue casualmente entonces, en septiembre de 1971, que Adriana Lesgart, enviada desde Córdoba para llevar ropa y documentación, se contactó con una compañera que vivía en la pensión, una típica casona colonial de puerta centralmaciza y gigante, y dos ventanales en arco con postigones de madera astillada. La vieja casona había sido "señalada" por la policía como una casa sospechosa por los movimientos de sus habitantes. La valija de Adriana fue revisada cuando ella salió y detectaron el correo. La celada se preparó minuciosamente y la dueña de casa prestó su colaboración incon­dicional.
La sospecha de que la casa estuviera "señalada" motivó que llamaran por teléfono a la dueña para asegurarse de que todo estaba normal. Le dijeron que a la tarde pasarían a buscar la valija que había dejado la viajera. Pensaban retirarla y marcharse buscando otro alojamiento.
-Pueden venir cuando quieran -les dijo, mientras miraba a su lado a los cuatro policías que la controlaban de cerca-. Los estaré esperando.
A las cinco de la tarde tocaron el timbre. Apareció ella con total naturalidad y nadie notó nada anormal afuera o adentro de la casa. El largo pasillo terminaba en un patio de invierno, con plantas y flores. A sus 'actos, cuatro puertas de habitaciones para alquilar permanecían cerradas. Entraron con naturalidad. Debían llegar a la última puerta de la derecha. Ni bien estuvieron en la mitad del pasillo, aparecieron policías desde atrás, al frente y a los lados. Fernando encontró, a quince centímetros de su frente, el cañón de una pistola 45 martillada, empuñada por un inmenso gordo pelado con un corte de pelo militar, que sudaba y temblaba a la vez. En una maniobra calculada logró quitarle la pistola, empuñarla y apuntar al policía ordenando que todos dejaran las armas. Pero dudó en martillar la pistola -de hacerlo era matar a sangre fría y ante un hombre desarmado- desde atrás un culatazo lo desvaneció y lo tiró en medio del pasillo. Allí fue cuando el inmenso policía enfurecido se arrojó sobre su muslo derecho y comenzó a morderlo sin parar.
-Mi nombre es Juan Carlos Ramírez -dijo Fernando ya recupe­rado-. Soy originario
de Coronda, Santa Fe -siguió mientras se señalaba el bolsillo para que le sacaran el documento.
Esposado junto a la chica y otro compañero fue llevado a la comisaría. Los metieron en calabozos distintos. La rutina empezó con el "piano" de identificación, luego los interrogaron por separa­do, los carearon, y después vinieron los golpes y la tortura.
Fernando tenía en su poder cuatro juegos de llaves de diferentes autos que iba a tener que justificar. Pensó cuánto tiempo demora­rían en conocer su verdadera identidad. Calculó no menos de cuarenta y ocho horas. Cuando supiesen quiénera, tenía que encomendarse a Dios.
Rompiendo los cálculos más optimistas, casi al mediodía siguien­te, el teléfono sonó en la comisaría.
-Hablamos del comando de ejército. Queremos que Juan Carlos Ramírez seasometido a una fuerte custodia y alojado en una celda de máxima seguridad. Dos oficiales del ejército llegarán en un avión militar para hacerse cargo. Su detenido es en realidad el dirigente montonero Fernando Vaca Narvaja -dijeron. Pertenecían al Segun­do Cuerpo de Ejército, del mismo cuerpo de inteligencia que había secuestrado a Abel Verd y Maestre, dirigentes de las FAR, en Buenos Aires. Lo fortuito fue que justamente en la villa de emergencia en donde vivía Fernando con Susana, en las afueras de Tucumán, vivía también un policía de la comisaríaque reconoció en silencio a Fernando y avisó a Susana. Esta inmediatamente se comunicó con Miguel Hugo Vaca Narvaja en Córdoba, padre de Fernando, quieninterpuso ante el juez federal Tomás Barrera un habeas corpus impidiendo de esta manera que los militares del Segundo Cuerpo lo desaparecieran y obligándolos a reconocerlo como "legalmente" preso. Fernando fue trasladado a Devoto, luego al buque cárcel Granaderos, después al Chaco a la cárcel de máxima seguridad y finalmente a la cárcel de iguales características de Rawson.
Los penales, ya de máxima o mínima seguridad, son iguales. El hacinamiento provoca humillación y la miseria humana se concen­tra. La de Resistencia no era ajena a esta realidad.
Los militares, luego de los interrogatorios de rutina y la picana a los presos políticos, los depositaron casi inválidos en medio de los presos comunes. Los códigos en las cárceles son claros y se respetan. Los presos políticos, aun cuando eran enviados a pabellones comu­nes, tenían un trato y consideración diferentes.
La relación con ellos empezaba con desconfianza y recelo, pero al poco tiempo, el intercambio de información y las anécdotas en las rondas de mate producían una comunión de compañeros. Los presos comunes se sentían intrigados porque no se quedaban con el dinero de los operativos en los bancos. Les resultaba difícil de entender.
Los presos políticos comenzaron a trabajar en las mismas entra­ñas de las cárceles, con adoctrinamiento y organización para mejo­rar las condiciones de vida. La toma de conciencia de los derechos conculcados llegó a hacer imposible el
manejo carcelario. Las autoridades penitenciarias comenzaron a establecer estrategias de aislamiento y castigos, sin resultado. Cada vez contaban con másadherentes. Finalmente las fuerzas de seguridad tomaron una decisión política: presos políticos separados y tratados con máximo rigor.
Resistencia era el depósito natural de cuadros de guerrilla. Montoneros, FAP, FAR, Uturuncos, EGP, tenían miembros allí. Los militares decidieron separar a las conducciones.
El primer paso de Fernando fue entonces Villa Devoto, en los pabellones aislados y custodiados por fuerzas especiales.
Devoto no escapaba de la generalidad. Las circunstancias resta­blecieron laposibilidad de contactos con el exterior. Los mensajes iban y venían por diferentes canales y métodos. Se restablecieron los cuadros de conducción, aun cuando estaban presos. Las organiza­ciones multiplicaron su apoyo externo y la información llegaba sin inconvenientes. Nuevamente los militares decidieron subdividir los grupos. Rawson fue el destino de algunos, Devoto el de otros y Resistencia el de los más antiguos.
Fernando y otros cien militantes de diferentes organizaciones terminaron viajando al sur. A Rawson, cárcel de máxima seguridad.


La cárcel de Devoto, el 25 de mayo de 1973

Relato rescatado del libro "con igual ánimo"
Fernando Vaca Narvaja

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