Trelew II

sábado, 22 de agosto de 2009 ·

Rawson

Los guardiacárceles ingresaban con furia, machetes y gomones en mano, para separar a los dos grupos enfrentados en el pabellón de presos políticos de Rawson. Seleccionaban cinco o seis, los esposaban, y casi a patadas los llevaban al chancho: celda de castigo, en la que el tiempo se perdía en su misma sombra. Siete, diez y hasta quince días había que esperar para ver otra vez la luz.
Era el precio que pagaban los presos por bloquear el ingreso de la requisa militar no programada, para que el grupo destinado a guardar los rastros del trabajo en el túnel no fuese descubierto. Los grupos de choque estaban siempre expectantes en las rejas de entrada; los de apoyo, a pocos metros del lugar de trabajo. El túnel representaba una nueva posibilidad para todos.
Cada gramo de tierra extraída era eliminado por las rejillas de los baños, aprovechando el vapor del agua caliente. Cada piedra era repartida entre los ciento veinte compañeros para que en sacos se las llevaran a la hora del paseo solar o en el momento del juego y las tiraran sobre los bordes del patio. Si bien los guardiacárceles no se daban cuenta, ellos veían crecer de piedras las orillas de la cancha de fútbol en el centro del patio.
Los grupos de excavación se complementaban con los de artesanos, que fabricaban pistolas de jabón, que luego pintaban con betún negro; el grupo de los metalúrgicos, que fabricaba, con los calentadores Bram Metal, las cucharas para cavar; el grupo de ingenieros, que fabricaba tirantes hechos de papel y engrudo para sostener el techo y estructura del túnel; el grupo encargado de tapar los sonidos, que se encargaba de entrar almohadas, frazadas y otros  elementos que evitaban que el golpe del palo explorador de la requisa descubriera el sonido hueco de una excavación subterrá­nea.
Los planes de fuga se habían desarrollado desde el ingreso al penal de máxima seguridad. El túnel era uno de ellos, y a largo plazo, por las dificultades técnicas y operativas. La toma del penal desde adentro era otra de las alternativas que se desarrollaba meticulosa­mente. Se registraban los horarios del cambio de guardias, se medían los pasos entre los retenes, se analizaban los pasillos enjau­lados, se estudiaban los dos sectores de guardias. Había uno arriba y otro abajo. Los de arriba pertenecían a un grupo numeroso que con independencia de la guardia interna, vigilaban desde sus leoneras (corredores protegidos arriba de celdas y pasillos) los movimientos de presos y guardiacárceles. Estaban fuertemente armados y sólo obedecían las órdenes de su inmediato superior.
Los más interesados en la fuga eran indudablemente el ERP, FAR y FAP. Montoneros tenía parte de la conducción encarcelada, pero las otras agrupaciones, más del 80%. Los presos de origen gremial estaban en pabellones separados. Agustín Tosco, Raimundo Ongaro, las conducciones del Sitrac-Sitram (sindicato combativo de los mecánicos) de Córdoba completaban un elenco de características poco comunes.
Los grupos de apoyo, impulsados desde el exterior del Penal por Capuano Martínez por Montoneros, Víctor Fernández Palmeiro por ERP, Carlos Goldenberg por FAR entre muchos otros más, comen­zaron a programar vehículos para mover ciento veinte presos, y a estudiar el aeropuerto local para verificar vuelos, el tiempo que demoraban en subir los pasajeros, combustible y distancia para aprovisionarse en caso de salir al exterior. Chile era una posibilidad. A su vez, los grupos comando empezaron a proveer en los acanti­lados de la costa atlántica, equipos de supervivencia con ropa, alimentos envasados, abrigos y armas, perfectamente camuflados. Todo esto por la posibilidad de un fracaso en el operativo.
Capuano Martínez Carlos fue asesinado poco antes de la fuga debilitando un contacto fundamental para Montoneros. Un mes antes habían logrado introducir al penal un uniforme completo de teniente del ejército y una pistola 45, que fueron luego guardados en el túnel. El día convenido se acercaba. Se especulaba con el frío y el viento de agosto en la Patagonia, para evitar el tránsito externo de guardiacárceles o, al menos, reducir sus frecuencias de control.
Roberto Quieto y Mario Roberto Santucho pidieron hablar con el jefe de guardia. Días antes habían realizado igual procedimiento, de manera que esto fue tomado como un acto normal. El jefe de guardia y otros carceleros fueron rápidamente reducidos y les quitaron el uniforme. El operativo estaba en marcha. Fernando llevaba el uniforme de teniente, dos iban como guardiacárceles y cuatro vestidos de civil, con el pelo cortado al mejor estilo militar. El grupo fue tomando posiciones en forma rápida y efectiva. Un segundo grupo consolidaba la toma, y un tercero abría celdas y pabellones arrastrándose por el piso de los pasillos cubiertos por las frazadas gris tierra.
Había que sortear dos peligros. Las leoneras, donde los guardias tenían una completa visión de los pasillos y puestos de retenes, y el vivac (lugar destinado al armamento, pertrechos y camas de descan­so) de la entrada al penal, donde había siempre personal de refuerzo altamente entrenado en motines.
Avanzaron con decisión por el último retén. Sometidos sus controles, quedaba el vivac  sobre el ala derecha. Dos guardias custodiaban la entrada armados con ametralladoras FAL. Se acer­caron con paso firme y al llegar ante los guardias, que se mostraban sorprendidos y confusos, el teniente les envió la voz de mando:
-Entregúeme su arma, soldado -ordenó Fernando a uno de ellos.
El soldado titubeó, pero luego accedió al pedido.
-Así no se entrega un arma -manifestó con seriedad Fernando a la vez que le devolvía la metralleta-. Entregúela como corresponde.
El soldado taconeó y mediante un "sí, mi teniente", entregó su arma con las dos manos firmes y un gesto seguro.
Ambos fueron reducidos inmediatamente y el ingreso al vivac se produjo con la misma firmeza, sólo que esta vez las armas estaban multiplicadas.
Ocupada luego el área administrativa, sólo restaba la toma de la guardia externa de los portones de ingreso, y la entrada de los vehículos, que supuestamente ya estaban listos para evacuar el Penal.
La señal de inicio del operativo "toma del penal", debía ser realizada con un aviso desde las celdas de mujeres, en lo alto del tercer pabellón y con vista directa a la calle principal. Pero el aviso fue tomado en forma errónea y se malinterpretó.
-Creímos que el operativo estaba suspendido -dirían algunos más tarde para explicar sus ausencias.
Sólo un Ford Falcon hizo su ingreso luego de la toma de la guardia del portón. Carlos Goldenberg, que lo conducía, estacionó ignorando que el resto de los vehículos había regresado a sus lugares (le origen. Se decidió, entonces, usar los autos del personal adminis-Irativo del penal que estaban estacionados. El objetivo era lograr la luga de los tres grupos que se habían determinado por unanimidad. Seis personas en el primer vehículo, diecinueve en el segundo y el resto en camiones.
La llegada al Aeropuerto no fue muy agradable, porque el enorme avión de Austral se estaba alejando, dirigiéndose a la cabecera de la pista. En ese avión iban tres guerrilleros: el Gallego Víctor Fernández Palmeiro, Alejandro Ferreyra y una compañera de las FAR, Ana Wiessen, quienes suspendieron la toma del avión al verificar que en el aeropuerto no había señales de la fuga.
Estacionaron y, casi corriendo, entraron tratando de disimular la desesperación. Fernando casi choca con el coronel Pellinger, que ni bien lo vio lo llamó.
-Teniente primero -dijo con voz de mando.
-Sí, mi coronel -retrucó Fernando.
-Tiene las charreteras dadas vuelta -aseguró mirándolo con curiosidad.
-Sí, mi coronel -contestó, luego de verificar que era cierto-. Usted sabe, las mujeres... -y se fue retirando, asegurándole que las arreglaría.
Osatinsky y Santucho ya habían llegado a la puerta de acceso de la torre de control. Estaba cerrada. Un guardia del aeropuerto se acercó y por medio de la radio portátil, con enlace en la torre, trató infructuosamente de comunicarse, hasta que Osatinsky le dijo en voz grave:
-En el avión hay una bomba, deben pararlo.
Esta vez la comunicación se facilitó y la voz de alarma fue transmitida en forma directa al comandante de Austral.
Allí comenzó un trabajo improvisado y a contrarreloj. El avión estaba llegando a la cabecera
de la pista. Osatinsky, Santucho, Fernando y el grupo de apoyo corrían hacia él.
La puerta del avión se abrió. La azafata estaba pálida y asustada. Al colocar la escalera, Fernando subió con rapidez hasta la platafor­ma superior. En ese momento, el Gallego Fernández Palmeiro lo encañonó, ya que no logró reconocerlo con el uniforme. Creyó que venían a buscarlo a él. El Gallego y Ferreyra tenían la misión de tomar el avión, lo que en ese momento realizaron, pero pensando que serían apresados.
-Es el Vasco, Gallego -gritó desde abajo Santucho, tratando de que el arma, ya a menos de un metro de la cabeza de Fernando, no martillara.
Fernández Palmeiro no supo qué hacer hasta que reconoció a Santucho y logró serenarse.
Después de subir todos, tomaron la cabina del piloto y cortaron la comunicación con la torre de control. Sólo debían transmitir las órdenes que ellos indicaran.
El plan de fuga contemplaba un margen de espera de quince a veinte minutos, que era el cálculo previsto para la posible llegada de cazas desde Bahía Blanca. De no partir en ese tiempo el plan corría el riesgo de fracasar.
A los veinte minutos exactos le dieron la orden al comandante.
-Partimos, el destino es Santiago de Chile. Pero vamos a sobrevolar el aeropuerto -siempre pensando en la llegada del segundo escalón, así denominado el grupo que salía después de los seis primeros convenidos.
-Imposible -contestó el comandante con evidente disgusto, en un estado de nervios-. No nos alcanza el combustible... a mitad de camino nos caemos.
-No es cierto -le contestaron-. Puede abastecerse en Puerto Montt y desde ahí salimos a Santiago.
El avión despegó. Bajo secuestro y rumbo a Chile.


Relato rescatado del libro "con igual ánimo"
Fernando Vaca Narvaja

0 comentarios:

Secuaces

Peronachos

PJDigital.org

Portal de Noticias

En Sintonía