Ese berretín

sábado, 17 de octubre de 2009 ·




EL CORONEL Y SU BERRETÍN

CON LA CLASE OBRERA

Había entre ellos un tipo raro. No tenía el berretín de la siderurgia como sus compañeros de armas. Los hombres del GOU, en efecto, eran industrialistas. Buscaban la industria pesada. Se morían por los Altos Hornos. El tipo raro, no. Su berretín era la clase obrera. Los migrantes internos. Los negritos que llegaban sin cesar a la ciudad. Cuando sus compañeros le preguntaron qué quería contestó algo que sorprendió a todos: el Departamento de Trabajo, pronto trastrocado en Secretaría de Trabajo y Previsión. Los del GOU se asombraron y hasta sonrieron con cierto desdén: ¿qué le dio a Perón? (Así se llamaba el tipo raro; que era raro, desde el vamos, por el puesto que pidió.) ¿La Secretaría de Trabajo y Previsión? ¿Y qué podía hacer desde ahí?
Hablar con los migrantes. Saludar a los negritos. Sonreírles. El coronel tenía una sonrisa que ni la de Gardel. Cincuentón, pintonazo, entrador.  Usaba un lenguaje pintoresco. Rosas le explicaba a Santiago Varela, representante del Uruguay, que se había tenido que hacer gaucho para ganarse el favor de esa clase, de esos hombres de la pampa. Perón les pone el cuerpo a los obreros. Les habla con palabras de ellos o decididamente nuevas. O no tanto: venían de FORJA, del radicalismo antialvearista. Dice Década Infame, cipayos, vendepatrias, semicolonia, explotación. Llama compañeros y muchachos a sus amigos, contras a sus enemigos, bolichero al comerciante, peliagudo a lo difícil, queso a lo que ambicionan los políticos, cuento chino a la mentira, pan comido a lo fácil, bosta de oveja a lo indefinido.
La situación es así: tenemos que analizar el proceso de construcción de poder al que se entrega Perón. Aquí, las categorías de “bueno” o de “malo” son insustanciales. Se trata de un análisis despojado de juicios morales. Los actores sociales de esa coyuntura histórica eran los siguientes: A) La oligarquía. Era aliadófila. La aliadofilia fue el gran obstáculo para descubrir al nuevo sujeto político de la etapa. Ser aliadófilo era mirar hacia Europa. La suerte del entero mundo se jugaba ahí: las democracias occidentales enfrentaban al Eje y de su triunfo dependía el futuro de la Humanidad. La oligarquía, además, no necesitaba descubrir al nuevo sujeto político. Lo había explotado en sus estancias. Ahora se le aparecía en las ciudades. Fue –como más tarde se dijo– un aluvión. Traducido al presente, a nuestra historicidad de hoy, a la oligarquía de los cuarenta le pasó lo que quieren evitar los porteños de hoy: que la chusma se les venga encima. Y no sólo los porteños: los ciudadanos de las grandes orbes del mundo también. Los parisinos que eligen a Sarkozy le requieren dureza con los musulmanes (aunque tengan tres generaciones de franceses detrás), dureza con la Banlieue, con la periferia, con la negritud que los rodea, con la barbarie. También el Muro de Bush cumple esa función: que los desastrados del mundo no vengan a comer de nuestro propio plato. Hay un temor de las ciudades y es un temor viejo, añoso: la invasión de los bárbaros. La oligarquía de los cuarenta mal podía elegir a sus peones súbitamente urbanizados como su sujeto político porque los odiaba. Los recibía con temor. Habría deseado mantenerlos bajo la égida del capataz, comprando víveres en el almacén de sus patrones, no con dinero sino con vales, con indignas papeletas. Ahora estaban aquí. Les violaban la ciudad. Esta oligarquía era, además, racista. Para la “negrada” sólo tenía un desdén patronal y racial. Desde esta óptica –aunque, es cierto, Perón trajo a muchos nazis– el peronismo careció del elemento esencial del nacionalsocialismo: el racismo biologista. El que recibió al “diferente”, al racialmente detestado, denigrado, fue Perón. No le molestó la “negrada”. La Sociedad Rural, en cambio, se comportaba con ellos como Alfred Rosenberg con los judíos. En agosto de 1944, ante una consulta que sobre salarios le hace la Secretaría de Trabajo y Previsión, responde: “En la fijación de salarios es primordial determinar el estándar de vida del peón común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae destinos socialmente poco interesantes. Últimamente se ha visto en la zona maicera entorpecerse la recolección debido a que con la abundancia del cereal y el buen jornal por bolsa, resultaba que con pocos días de trabajo se daban por satisfechos, holgando los demás” (Nota: Anales de la Sociedad Rural, agosto de 1944, cursivas nuestras). En resumen: al nuevo sujeto que asomaba en la escena política de la urbe portuaria la oligarquía creía conocerlo bien: venía del campo, era racialmente inferior y apenas juntaba unos pesos se dedicaba a la holganza. Un pésimo encuadre para captar su adhesión.


José Pablo Feinmann
Peronismo
Filosofía política de una obstinación argentina
Fasículo 2: Hacia el primer gobierno de Perón.



1 comentarios:

AM dijo...
octubre 18, 2009  

Hola cumpa, estamos compilando los mails del MPB y nos falta el tuyo, no me lo mandás asi vamos aceitando los contactos?

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