No, no existe la poronga para estos Gatafloristas

martes, 14 de julio de 2009 ·

Alegoría campestre de la queja

En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, la República Argentina”.
No sé quién compuso este cuarteto popular hace ya tiempo. Nunca entendí eso de atribuirle al campo únicamente las espinas. Porque el campo tiene otras cosas: el ombú, el ganado, el cereal, las aves, y la queja eterna. El gaucho no: porque el gaucho es una creación literaria, una fotografía de Aldo Sessa, un festival ecuestre de la tropilla de Moneta. El campo es siempre una lágrima, un descontento, una exigencia, una queja. Cuando no es por la vaca es por la leche, cuando no es por la sequía es por el granizo, cuando no es por el dólar es por el peso, cuando no es por el gobierno de acá es por los gobiernos de allá. El campo nunca está saciado, nunca satisfecho. No hay mate que lo contente; no hay cosecha que lo engorde, no hay Puertos del mundo, China o India que lo enriquezcan a gusto. Y no hay cielo estrellado que le quite la queja. El campo, que es tan grande, modestamente prefiere llamar a las cosas en pequeño: patroncito, peoncito, campito, tractorcito, ranchito, pequeño productor, viajecito a París, asadito, etc. Lo único que al campo le parece grande son los impuestos que se le cobran.
Ese es el drama argentino: ¿ Cómo evitar que el campo se lamente y se queje y que reconozca cada tanto una porción de felicidad como cualquier otro argentino?
Lo normal, en promedio, es llorar y reirse, quejarse y gozar, alternadamente. Y no esconder el goce en una queja por la angurria de no tener que compartir la suerte. Pero a lo mejor ese verso: “en el campo las espinas...” es una metáfora y nos quiere hacer creer que en el campo está la desventura. Es como si una histeria insaciable, vasta como la pampa húmeda, se lamentara eternamente insatisfecha. Para consolar al campo argentino no hay terapeuta ni ecosistema ni demanda global que valgan No basta el privilegio de la naturaleza que le tocó en la lotería del planeta. Salvo que se le otorgue el libre albedrío y el campo orégano.
Mientras tanto, nuestro paciente y tolerante destino será seguir oyéndolo por los siglos de los siglos.

Carta abierta leída el 14 de Julio de 2009 en Radio del Plata.



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