La cultura y el trabajo

domingo, 13 de marzo de 2011 ·


Hace unos días, en pleno desarrollo de la Expo oposición, ante un repudio cultural realizado por la Kultural San Pedro, a directivos de la multinacional Nidera, que estaban alojados en un hotel de San Pedro, algunos retrógados saltaron con su típica sentencia de "son todos vagos, que se vayan a trabajar", como si toda exposición cultural, fuera la que fuere, se da porque quienes la realizan no trabajan. Esto me hizo a acordar de un libro que presté y que nunca me devolvieron. El título: El Fin del Trabajo de Jeremy Rifkin, de 1995, cuyo tema principal es el desempleo producto del avance tecnológico tendiente a la automatización de las líneas productivas.
Entre las cosas de las que toca el libro referido a una posible solución del desempleo, es la reducción de las horas de trabajo. En la misma se habla de solo tener 20 semanales, lo que para la gente retrógada que se ha criado reconociendo como cultura unicamente a la del trabajo, le va a traer problemas de aceptación.  

Aquí el extrato del libro:
p. 261, 262.

La reducción en las horas de trabajo… debe ser el primer requisito para la libertad

Hace cerca de cincuenta años, en los albores de la revolución propiciada por los ordenadores, el filósofo y psicólogo Herbert Marcuse hizo una observación profética, que ha llegado a obsesionar a nuestra sociedad, mientras ponderamos la transición hacia la era de la información: “La automatización amenaza con hacer posible la inversión de la relación entre el tiempo de ocio y el de trabajo: esto es, hacer que el tiempo empleado en el trabajo se convierta en marginal mientras que el tiempo empleado en el ocio se haga fundamental. El resultado sería una modificación radical en la asignación de valores, y una forma de vida incompatible con las culturas tradicionales. La sociedad industrial avanzada se halla en movilización permanente contra esta posibilidad”.
El académico de raíces freudianas continuaba diciendo que “desde que la duración de la jornada laboral es uno de los principales factores de represión impuestos por un principio de realidad sobre uno de placer, la reducción en las horas de trabajo… debe ser el primer requisito para la libertad”.
Los utópicos tecnológicos han discutido ampliamente sobre el hecho de que las ciencias y la tecnología, adecuadamente controladas, podrían finalmente liberar a los seres humanos del trabajo formal. En ningún lugar está tan arraigado este punto de vista como entre los defensores de la revolución de la información. Yoneji Masuda, uno de los más importantes artífices de la revolución japonesa de los ordenadores, prevé una futura utopía basada en éstos y en la que “el tiempo libre” sustituya a “la acumulación material” como el valor importante y el objetivo supremo de la nueva sociedad. Masuda está de acuerdo con Marcuse en que, por primera vez en la historia, la revolución propiciada por los ordenadores abre la puerta a una reorientación radical de la sociedad lejos del trabajo estructurado y tendente hacia la libertad personal. El visionario japonés argumenta que mientras la revolución industrial estaba fundamentalmente preocupada por el aumento de la producción, la contribución básica de la revolución de la información será la ampliación del tiempo libre, dando a los seres humanos la “libertad para determinar voluntariamente” el uso de su propio futuro.
Masuda ve la transición de los valores materiales a los basados en el tiempo como un momento decisivo en la evolución de nuestra especie: “El valor del tiempo se halla en un plano superior en la vida humana respecto a los valores materiales, convirtiéndose en el valor básico de la actividad económica. Y ello se debe a que el valor tiempo corresponde plenamente a la satisfacción de los deseos humanos e intelectuales, mientras que los valores materiales corresponden a la satisfacción de los deseos psicológicos y materiales”.
Tanto en los países industrializados como en los que se hallan en vías de desarrollo existe cierto temor a que la economía global se dirija a un futuro automatizado. Las revoluciones en la tecnología de la información y la comunicación prácticamente garantizan más producción con menos masa laboral. En un sentido o en otro, más tiempo libre es la consecuencia inevitable de la reingeniería empresarial y el despido tecnológico. William Green, antiguo presidente del AFL, expresó brevemente el asunto: “El tiempo libre llegará”, afirmaba el líder sindical. “La única elección posible es: el desempleo o el ocio”.
Los historiadores económicos apuntan que, en el caso de las dos primeras revoluciones industriales, el tema del creciente desempleo frente a un mayor nivel de ocio quedaba finalmente decantado hacia este último, aunque no sin fuertes enfrentamientos entra la clase trabajadora y la dirección de las empresas por cuestiones de productividad y de número de horas de trabajo. Las importantes ganancias en productividad de la primera etapa de la revolución industrial, en el siglo XIX, tuvieron sus efectos en importantes reducciones en las horas de trabajo, que pasaron de las 80 a las 60 semanales. De igual modo, en el siglo XX, a medida que las economías industriales efectuaban su transición desde las tecnologías basadas en el vapor hacia las basadas en el petróleo y en la electricidad, los regulares incrementos en productividad llevaron a un posterior recorte en las horas trabajadas por semana, que pasaron de las sesenta a las cuarenta. En la actualidad, a punto de traspasar la barrera que nos llevará a la tercer etapa de la revolución industrial y gracias a las ganancias en productividad como consecuencia de la aplicación sistemática de ordenadores y nuevos sistemas de información y de telecomunicaciones, cada vez más analistas sugieren lo inevitable que resulta una nueva reducción de las horas trabajadas, a 30 incluso a 20, para adaptar las exigencias de la clase trabajadora a la nueva capacidad productiva del capital.


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