El malestar como síntoma

sábado, 5 de diciembre de 2009 ·

El malestar como síntoma

Resumido de un artículo de Jorge Devincenzi, Revista ZOOM viernes 4 de diciembre.

La clase media se sintió  primero seducida y luego abandonada por un gobierno cuyo planteo distributivo no parece conformarla.

Humoristas, anfitrionas de almuerzos televisivos, animadores de bailes del caño, presentadores radiales, actrices con domicilio en Miami, editores de Clarín y La Nación y taxistas de la ciudad de Buenos Aires –lo que la historiografía liberal denominaría “la parte respetable de la sociedad”– coinciden: ya no se soporta a los Kirchner.

Claman por un acto mágico que los diluya en el aire. No es que militen una determinada doctrina partidaria, que vayan detrás de alguna patriada o se sientan parte de algún colectivo: comparten apenas una mezcolanza de opiniones de corte autoritario, librempresistas, progresistas y retrógradas a la vez, fácilmente rebatibles pero siempre letales, una ensalada de ratis, buchones y tipos de éxito.

Sus apreciaciones son hábilmente modeladas por Aguinis, Paluch, Majul, Morales Solá, Iglesias, algunos de los actuales boom editoriales. El consumo de estos textos está sugiriendo incomprensión y desorientación porque los sectores medios se sintieron primero seducidos y (luego) abandonados por el gobierno. Por eso el malestar hoy es el síntoma.

Nunca antes, nunca

Los sectores medios están atacados por el síndrome del “nunca antes” y –apostando a su eventual sentido común – continúan atrincherados en sus viviendas.

Para estos sectores se roba como nunca antes; la inseguridad y el delito han llegado a extremos inauditos, y nunca hubo tanto ensañamiento de los chicos delincuentes. Aunque algunas evidencias señalan que la situación no es tan grave, sin duda, la clase media no escucha, es ciega y sorda y sobre todo, desmemoriada.

Afirma un taxista: “Los Kirchner se han quedado con toda la Patagonia”, ya no corre el “roban pero hacen” que disculpaba a Menem, era el “hacen” de un cómodo e ilusorio dólar barato que se convertiría en una monstruosa e impagable deuda externa que pesará sobre nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos. Nuestros, es decir, también los de ellos.

Expresiones que se expenden entre estos sectores: códigos eran los de antes, el ladrón era un “señor” ladrón. Los chicos sólo robaban mantecoles, en cambio hoy quieren tu vida y abusar de tu hija además de tu celular último modelo.

¿Qué cambió, entre otras cosas? Que antes las cárceles de la Nación debían ser “... sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos (art. 18 de la Constitución Nacional)”.

Ahora se sigue sosteniendo que deben ser “Grandes, espaciosas, civilizadas”... pero eso es lo de menos. Lo que verdaderamente importa es que sean “seguras, en el sentido que los criminales no puedan escapar hasta que hayan purgado sus condenas, que en delitos graves (asalto con armas, homicidio, violación) deberían ser de por vida”.

Experiencia que les daría pie a estos sectores a afirmar: “Con cuatro o cinco colgados en la Plaza, este país sería otra cosa”, aunque no terminan de decidir si los colgados serán Mussolini y Clara Petacci o un pibe chorro.

Fantomas

El malestar –“desazón, incomodidad indefinible”, según lo define la Real Academia– se ha apropiado de las campañas mediáticas. La exposición diaria a la televisión en la que se machaca decenas de veces sobre el malestar y los malestares, genera que al cabo de una jornada se sienta un auténtico malestar, impreciso, como las neurosis y angustias de los adolescentes, que son difusas, ambiguas, oceánicas, aunque no hayan oído jamás de las disputas entre Thénon, Blejer y Politzer.

Esta parte “respetable de la sociedad” sufre melancolía crónica y lo expresa dramatizando el síntoma. Buenos Aires, como cualquier otro conglomerado urbano de la Argentina, parece Beirut en lo peor de una guerra crónica. Escuchan sirenas imaginarias, enfrentamientos ilusorios entre bandos a balazos, pero son reales el tránsito caótico y los excluidos guarecidos bajo las autopistas y se concluye: “Macri no puede porque el gobierno nacional no lo deja”.

Hay nostalgia por un orden pasado donde todo estaba en su lugar y existía una autoridad y una fuerza, no la del Yedi que eso sería otro cantar, sino la de la violencia estatal ilegal, hasta hace poco la UCEP.

Construcciones

Durante la campaña electoral de junio, el embaucador colombiano tañó las cuerdas del Paraíso Perdido refiriéndose a ese policía que es uno más en el barrio, un amigo de la casa. Rolando Hanglin fue más allá en su cocoliche: comparó al fraile Aldao y al general Roca con el comisario Meneses, el Malevo Ferreira... y Patti, el numerario de lesa en Marcos Paz. Olvidó mencionar en su recorrida de Billiken sobre la historia nacional al austríaco y napoleónico coronel Rauch, quien se dedicaba a degollar ranqueles en Sierra de La Ventana (sobre todo mujeres y niños, para matar el mal de raíz) hasta que fue desollado por el cacique Arbolito en Las Vizcacheras. El hippie añoso exige: “Un Policía de mano dura”, con mayúscula, en otras palabras, la vuelta de los Rauch.

Tiempos de revancha

El hippie viejo, que expresa bastante bien el pensamiento de una buena parte de los sectores medios (al que, como veremos abajo, hay que agregarle algún condimento progresista), echa de menos una noticia que comunicaría emocionado en su programa de intercambio de parejas por Radio 10: “Hay malestar en las FFAA” porque clama por otra vuelta de revancha:

“Cuando ve que el Estado se propone urbanizar las miserables barriadas, otorgando a cada ocupante el título de propiedad de una casa que no compró, siente el gusto de la bilis en la garganta. Todo vale. Todo cuesta. Todo se paga. ¿Cómo puede haber propietarios que no compraron lo suyo? Al señor González le parece injusto: piensa que equivale a alentar la usurpación, masiva y por la fuerza, de casas y tierras”.  (igualito que el reclamo de las viejas en el programa de Lili Berardi…)

Y por flanco progre

El irremediable equívoco del bien común, una construcción de la Iglesia medieval que cierto hegelianismo reivindica, se cuela por derecha pero también por izquierda.  
 
Disputas de café: “Palacios fue el autor de las leyes sociales”. ¡Cómo no! “La UCR representa a los sectores medios”, cuando sus fundadores, Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen, pertenecieron a la elite ganadera de la generación del ‘80.

La “caracterización del peronismo” fue una de las causas, no la única, de la eterna fragmentación cariocinética de la izquierda local, y eso tuvo influencia en la constitución de la ideología de los sectores medios. Como las distintas “interpretaciones” de origen marxista, habilitaban distintas cosmogonías; al bajar a lo particular, esto denominado Argentina, las visiones terminaban siendo irreconciliables por razones ajenas a su génesis.

En la visión más clásica y caritativa, el “error” de Perón y el peronismo habría consistido en hacer de todo trabajador un individuo de clase media con acceso a la vivienda, auto, salud, cultura, educación, etc., algo que se alejaba poco y nada de la utopía zurda. Se concluía –siempre en esa visión benigna, porque había peores– que eso convertía a los peronistas en reformistas irremediables, alejándolos de la Palabra Revelada, el materialismo histórico, la conciencia proletaria. El peronismo no llegaba a clasificar como menchevique.

Para algunos el peronismo era fascista, para otros reformista y para muchos, algo incomprensible, una especie de dictadura caribeña al estilo Bananas de Woody Allen. Todavía hoy resuenan esas viejas interpretaciones: es sólo analizar las ponderaciones de nuestra lúcida izquierda en el grito de la Patria Sojera.

Alienación colonizada

Los sectores medios comparten el “sentido común” y la ideología de los sectores dominantes pero no se identifican entre sí por homogeneidad de ingresos sino por una determinada mirada. “A pesar de que se consolidaron en las décadas del ‘40 y el ’50 con el peronismo en el país, construyeron un imaginario de clase diferente al de los sectores populares, despegándose del negro o criollo que tenía vinculación con los habitantes de los pueblos originarios, el de adentro, e identificándose con el gringo descendiente de europeos. En los tiempos de la globalización, bajo los imperativos del mercado y la lógica del consumo, la clase media se esfuerza en adquirir un estilo de vida más seguro y distante de la violencia urbana. Por ello tienden a fugar a barrios cerrados en la periferia de la ciudad, conectados a complejos comerciales, educativos y deportivos, un fenómeno que acentúa cada vez más la segregación del tejido social” explica la profesora Eliana Gabay (UNCuyo), quien agrega: “este nuevo habitus exacerba el individualismo en los sectores medios, enajenándolos de los sectores más bajos de la escala social, que son ahora internalizados como los de afuera”.

Nada nuevo, entonces

No es la primera vez que los sectores medios están cruzados por tal mezcla de nostalgia, angustia y malestar.

Historiando el tango, Blas Matamoro percibe algo parecido en los inmigrantes derrotados por el sueño perdido de hacer la América. El Viejo Ciego, de Piana y Castillo, está “lleno de pena, lleno de esplín”, y a su muerte, “los curdas jubilados, sin falsos sentimientos, con una canzoneta le harán el funeral”. Pero aquello, las letras de Cátulo y el decarismo, era un malestar expresado en lo estético.

El actual se refiere a la pertenencia al Primer Mundo no solo en términos simbólicos (que eso ya lo tienen) sino sobre todo materiales, tras la fugaz fantasía menemista de una Argentina a imagen y semejanza del Centro que no existe. 


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