Trelew III

lunes, 24 de agosto de 2009 ·

Libres o Muertos, Jamás Esclavos

La Masacre


-Yo comparto la evaluación que se hizo en aquel momento -dijo María Antonia Berger, sobreviviente de la masacre de Trelew.
-¿En qué consistía esa evaluación? -preguntó el periodista.
-No avisar a los compañeros que estaban sobrevolando el aeropuerto que habíamos llegado. No podíamos garantizar que pudiesen despegar nuevamente si ellos bajaban, las Fuerzas Armadas estaban cerca.
-¿Las Fuerzas Armadas?
-A esta altura de los acontecimientos ya estaba la Marina al mando del capitán Sosa rodeándonos. Nosotros éramos diecinueve combatientes con pistolas y algunos FAL. Ellos estaban totalmente pertrechados. Decidimos entregarnos y pedir garantías, por eso exigimos un juez -dijo María Antonia.
-¿Hubo un juez? -preguntó el periodista incrédulo.
-Sí, lo habíamos conocido en el penal. Él y la prensa eran nuestro reaseguro. El juez aceptó nuestras condiciones, fuimos haciendo una fila y entregamos las armas pacíficamente gritando "Viva Perón".
Mariano Pujadas miraba desconfiado al capitán Sosa; había un rictus que le preocupaba, su casco militar estaba echado atrás y con mirada fría controlaba la fila que lentamente se desprendía de su armamento. Él quería desde el comienzo llevarlos a la Base Almirante Zar, sin embargo el juez se lo impedía.
-Entonces apareció la "trampa legal" -dijo Mariano cuando se enteró.
-¿Qué trampa?
-Se decretó el estado de emergencia, quedando así todas las fuerzas de seguridad bajo el mando militar, en este caso el Quinto Cuerpo. Sosa ya nos tenía atrapados y encerrados en el ómnibus; todo fue perfectamente calculado, el juez estaba subordinado.
Por una radio cercana al ómnibus se escuchó la noticia esperada: "Hacemos una interrupción del programa para informar que un cable de Chile anunció el aterrizaje del avión secuestrado por los guerrilleros argentinos en Puerto Montt..."
-Estallamos de alegría -dijo María Antonia.
-Y lo festejamos a nuestra manera, por supuesto, con la marcha peronista -agregó Haidar-. Pensamos luego que habíamos logrado objetivos importantes: ocupar el penal de máxima seguridad de Rawson; copar el aeropuerto más de cuatro horas y lograr que el primer escalón de compañeros estuviera en Chile.
-Sosa estaba fuera de sí -dijo María Antonia.
Los conscriptos que los custodiaban enseguida entablaron conversación. La diferencia de edad no era mucha entre ellos, no más de tres años en algunos casos. Eran todos jóvenes y tenían los mismos códigos. Intercambiaron cigarrillos y hasta algunas bromas.
Sosa se fue acercando lentamente sin que los conscriptos le prestaran atención. La voz de mando no se hizo esperar.
- ¡Soldado! -gritó-, ¡con estos delincuentes ni una sola palabra, carajo!
-Sí, mi capitán -contestó el soldado rápidamente, con los ojos desorbitados y tirando el cigarrillo con disimulo.
-¡Nos vamos! -dijo Sosa, dando media vuelta para subir a su jeep.
-Muchachos -dijo el chofer entre dientes-, los lleva a la Base Almirante Zar.
Un frío los invadió y se instaló el silencio. Sosa sonreía.
El ómnibus salió lentamente, la Base quedaba exactamente a seis kilómetros de ese lugar.
Esa instalación de la Marina no era muy distinta a otras guarniciones militares. El jeep abrió paso a la columna de vehículos, ómnibus y camiones de techo verde oliva. Los Máuser alemanes eran las armas de guerra clásicas.
-Mi capitán, las celdas están listas -dijo un soldado cuadrándose en un saludo enérgico, taconeando su propia subordinación.
Sosa lo miró con desprecio.
-Vamos -ordenó haciendo una mueca.
Ya estaba pensando en la guardia que debería instrumentar.
-Estos pendejos de mierda -pensaba- si los dejo tomar contacto me los hacen guerrilleros, tengo que preparar una guardia profesional.
Las celdas no se diferenciaban de otras celdas. Hasta el olor a encierro y la humedad típica de los lugares sin ventilación presagiaban un destino incierto.
Les fueron entregando unas frazadas después de hacerlos desnudar y realizar ejercicios físicos ante la mirada de los colimbas.
-Ya van a ver lo que es meterse con la marina -repetía una y otra vez Sosa mientras daba órdenes a los gritos.
Esa noche los conscriptos les contaron algunos detalles de lo que habían escuchado cerca del casino de oficiales.
-Creo que los van a liquidar, muchachos -dijo uno asustado.
-Este Sosa es el más hijo de puta de la Base -afirmó otro.
-Le gatilla la 45 en la cabeza a cualquiera, nunca sabemos si al cargador le quedó una bala.
-El click es suficiente.
-Nadie pregunta.
-Todos le temen.
A la noche siguiente entró la guardia profesional. Cuatro suboficiales de rostro poco expresivo los obligaron a cambiar la rutina nocturna. El silencio se instauró inmediatamente luego de la orden: "Nadie habla, carajo".
-No falta mucho para que les dé una lección -dijo Sosa mientras se retiraba por la puerta delantera.
Los interrogatorios al comienzo fueron sin violencia, quienes los hacían demostraban dudas y hasta impericia, sin embargo, no demoraron en llegar las "fuerzas especiales" dedicadas a extraer información en base a la tortura.
-Vio capitán, sin tortura no habrá declaración alguna -afirmó el suboficial apoyado en el marco de la puerta. Su mano derecha siempre tenía dos monedas en permanente rotación.
Bravo gozaba con las acciones de presión psicológica. Las amenazas, los fusilamientos frustrados y las provocaciones eran su conducta constante. En varias oportunidades dejaba su pistola cerca de los muchachos para que estos la tomen y tener la justificación que buscaba en forma permanente. Claro, no tenía balas en su cargador.
El 22 de agosto comenzó en plena madrugada.
-Nos despertaron a las tres y media de la mañana a gritos y golpes. El juez Quiroga había estado la mañana anterior verificando nuestro estado -dijo María Antonia.
Las ráfagas no tardaron en aparecer. El tableteo de las ametralladoras fue infernal. Cada uno trató de comprender lo que pasaba, ya que no había una visión clara del lugar de inicio. Todos atinaron a tirarse cuerpo a tierra.
El suéter blanco de Mariano Pujadas se llenó de puntos rojos; Polti cayó herido quejándose; Clarisa La Place, Mario Delfino y Alfredo Kohon fueron fusilados. Las paredes salpicaron el revoque. Hubo quejidos y lamentos mezclados con los gritos histéricos de los guardias que usaban su metralla.
Alberto Camps, en medio del tiroteo, humo de pólvora, gritos y paredes perforadas, alcanzó a visualizar en el marco de la puerta a Bravo, con dos pistolas a la altura de su cintura.  Con una sonrisa y un rictus de desprecio comenzó a disparar. Alberto no tenía como eludir las balas. La bala que perforó su abdomen le provocó a los pocos segundos arcadas y vómitos de sangre. Se tiró instintivamente hacia la derecha y cayó lleno de sangre. Lo dieron por muerto.
Bravo ya estaba cebado y buscó otra celda, la de Haidar. Desde el marco de la puerta repitió la operación. La última bala perforó el tórax que comenzó a sangrar y a dificultar la respiración de Haidar.
En la celda del frente se escuchó un grito desgarrador: "¡Hijo de puta!". Fue el último estertor de otro masacrado al que no pudo identificar.
Un estruendo de bala fue la única respuesta.
Había comenzado el operativo "remate".
María Antonia Berger tenía la mandíbula destruida, brotaba sangre que la ahogaba y sus manos retenían el abdomen perforado. Cayó casi pegada a la pared y con sus dedos ensangrentados trató de escribir los nombres de los asesinos: Bravo y Sosa. Sin embargo, alguien los borraba.
Ya dada por muerta, sola en su celda, escribió: LOMJE.
Esto tenía un solo significado, "libres o muertos, jamás esclavos".
Entre gritos y remates, Sosa gritaba a sus compañeros de armas.
-Recuerden cabrones, Pujadas trató de tomar la ametralladora de la puerta y se amotinaron para una fuga masiva, al que cambie la versión lo hago boleta.
Los balazos de las metrallas, el griterío infernal y el humo no tardaron en alertar a otros integrantes de la Base Almirante Zar, que acudieron en pijamas con armas en sus manos pensando cualquier cosa menos en una masacre.
-¿Qué carajo pasa? -gritó el primer oficial que apareció.
Sosa quedó inmovilizado. Necesitaba unos minutos más para lerminar su obra macabra. Ya no podía rematar a nadie. Sin embargo, pensó que no quedaba nadie vivo.
El aspecto de las celdas y los pasillos era estremecedor; algunos quejidos demostraban que había sobrevivientes. Los revoques levantados, las paredes con sangre, los cuerpos inmóviles daban un aspecto de horror.
Un enfermero iba dando vuelta cada uno de los diecinueve presuntos cadáveres.
-Muerto -decía-; agoniza, pero no se salva; vivo, traigan una ambulancia; muerto -proseguía en un conteo interminable- este está reventado; ivivo! -gritaba- a esta súbanla a una camilla... está viva con la mandíbula destrozada -dijo refiriéndose a María Antonia.
Cuatro cuerpos fueron llevados a un recinto solitario; no les realizaron maniobras de limpieza, canalización de tráquea o arterias y venas. Quedaron abandonados.
-Al carajo -dijo uno que los había llevado.
-Que se caguen -agregó otro mientras dejaban el recinto.
Quedaron solos. Camps, medio de costado, alcanzó a ver al Turco Haidar lleno de sangre y hecho un ovillo.
"Debe estar muerto", pensó.
-Turco, ¿estás vivo? -preguntó temeroso.
La respuesta tardó, pero llegó acompañada de un pequeño movimiento de su cuerpo maltrecho.
-Sí, estoy vivo, pero no sé por cuánto tiempo.
-¿Cuántos quedamos? -preguntó Alberto.
-Tres -respondió el Turco.
-¿Quién es el otro?
-María Antonia, pero creo que está fregada.
Los invadió el silencio, y los recuerdos de los hechos recientes les arrancaron algunas lágrimas. María Antonia estaba inconsciente.
Los ruidos secos de los remates aún retumbaban en sus cabezas.
La llegada de los médicos fue tardía. Los exámenes fueror superficiales.
"Tienen miedo de nuestra sangre", pensó Haidar.
-Hay que derivarlos a Bahía Blanca -fue lo último que escucharon.
Sosa y Bravo declaraban al lado del recinto. Una puerta entreabierta dejaba llegar sus comentarios.
Bravo se aferraba a la teoría de la fuga.
-Este hijo de puta de Pujadas trató de escapar y matarnos. Tomó la ametralladora de guardia en un descuido nuestro.
-Y comenzó a tirarnos -completó Sosa-. No tuvimos más remedio que responder con fuego cruzado. Además, el resto de los prisioneros había comenzado a copar los pasillos. Nos arrebataron las armas.
-El tiroteo fue terrible -aseguró Bravo.
El oficial sumariante acotó con inocencia:
-Nos llama la atención que en la pared de ingreso a las celdas no hay un solo tiro..., es como si los disparos hubiesen sido realizados para un solo lado.
-¿Cómo para un solo lado? -respondió Bravo enojado.
-Usted debe comprender y anotar, hubo un intento de fuga con los prisioneros armados -dijo Sosa alzando la voz.
-Sí, mi capitán, intento de fuga con prisioneros armados. ¿Cuántas bajas tuvo, capitán? -preguntó el sumariante.
-Ninguna, tuvimos una respuesta inmediata y logramos cubrirnos.
-Lograron cubrirse -repitió el escribiente.
Terminado el primer procedimiento administrativo del sumario interno, Sosa y Bravo leyeron cuidadosamente la declaración. Hicieron algunas observaciones sin importancia.
-Para que quede prolijo -dijo Sosa-. Ha sido un milagro continuar vivos - agregó mirando a Bravo que asentía con seriedad.
-Un verdadero milagro.
-Milagro -repitió el sumariante sin levantar la vista.
Los tres sobrevivientes alcanzaron a escuchar algunas de las frases más importantes y su indignación fue más intensa que el dolor de los balazos.
"Esa va a ser la versión oficial", pensó el Turco.
El almirante Hermes Quijada se acomodó los anteojos antes de leer por radio y televisión el comunicado oficial del gobierno de facto.
"Armados con ametralladoras y pistolas, los diecinueve prisioneros intentaron la toma del



Formación de ¡os 19 compañeros cuando se entregaban ¡as instalaciones del Aeropuerto de Trelew.
 De izquierda a derecha: Susana Lesgart y Ana Virrarreal (embarazada),
 compañeras de Vaca Narvaja y Santucho.


pabellón donde se alojaban con el propósito de emprender una nueva fuga. El combate fue intenso y dramático y resultaron muertos dieciséis subversivos, quedando en grave estado e internados en hospitales militares los ciudadanos María Antonia Berger, Rene Ricardo Haidar y Alberto Camps. Los tres se encuentran en gravísimo estado, temiéndose por sus vidas".
La revista Descamisados recopiló detalladamente cada una de las declaraciones de los profesionales de la provincia de Chubut que fueron luego voceros de la masacre.
Alejandro Lanusse, presidente de jacto en el momento de los asesinatos, se aferró a la versión de Sosa y Bravo tratando de reafirmar el acto salvaje de un nuevo intento de fuga, parangonándolo con la fuga del penal de Rawson y la muerte, en medio del tiroteo cruzado, del guardiacárcel Valenzuela.
-Por suerte, en esta acción las Fuerzas Armadas no tuvieron bajas -afirmó con orgullo.
"Personalmente, ordené al general Betti que de inmediato y con toda la fuerza retomara el penal de Rawson sin importar las consecuencias. Había que quebrar la actitud de los rebeldes", había dicho cuando la fuga de Rawson.
-Esta vez, la Armada, en una acción rápida, controló la fuga de los subversivos, falleciendo en el tiroteo la mayoría de ellos.
En la Base Almirante Zar la suerte estaba echada. La versión oficial se trasladó a la población. Sólo la lectura de Descamisados pudo llevar información y testimonio a los argentinos.
La masacre fue un hecho.
"Las Fuerzas Armadas han perdido el honor", aclaró preocupado Arsenio Poutien en Chile.


Relato rescatado del libro "con igual ánimo"
Fernando Vaca Narvaja



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