No, ya no es lo mismo

miércoles, 29 de julio de 2009 ·

Composición: El Campo.

Cuando era chico me gustaba el campo. Me gustaba. Qué paisaje sereno me parecía el campo. Qué bellos atardeceres; el ombú, el cardo, el maizal, el caballo blanco, las vacas lecheras, los perros echados a la sombra, el croar de las ranas en la charca, el carancho, el mirlo, la calandria; el aletear de los patos del arroyo, el humo del fogón encendido, el techo de paja del rancho del puestero, la galería colonial del casco de la estancia, la ronda del mate, el paisano recio cerrando la tranquera; el quejido de los goznes oxidados. Qué lindo que era el campo. Cuando era chico me gustaba. También me gustaban las imágenes del almanaque de Alpargatas con gauchos narigones, rubicundos, y paisanitas frescas y trenzadas, pintadas por Molina Campos. Y me gustaba ver zapatear el malambo; y oír una payada en la sobremesa de un asado. Y la guitarra criolla acompasada.
Cómo me gustaba el campo. Sentía el olor de la humedad de la mañana, y el del pasto fresco y hasta el olor de la bosta me gustaba porque completaba mi sentir del campo. Cómo me gustaba. Pero era chico. Solamente comprendía la engañosa y encantadora idea del paisaje de superficie. Me influían lecturas infantiles que entronizaban sus leyendas ancestrales. Me ganaba un estereotipo irreal y romántico. Era crédulo, inocente, sentía que el campo era más bueno que todo. Más bueno que los palacios, porque ignoraba que ambos extremos se juntaban en la cuenta del banco. Cómo me gustaba el campo. Pero un chico puede equivocarse. También un grande. Hoy costaría mucho escribir poesía sobre el campo. Se hizo prosaico. No rima: “ripia”. No canta: brama. Da órdenes. Las nobles caras rústicas y aindiadas de Martín Fierro y Atahualpa Yupanqui fueron forzadas a sufrir crueles mutaciones genéticas.
Ahí están las de los de la Mesa de Enlace. Se las ve alineadas en fila, acuarteladas. La codicia transgénica finalmente acaba produciendo las caras que se merecen. Ante la fotografía de los heraldos de la soja, en La Rural, con los brazos en alto, celebrando una gesta de intereses y ganancias, y cantando el himno nacional que milagrosamente sale indemne de cualquier boca por bocaza que sea, me cambiaron el gusto. ¿Pero esas caras son el campo? ¿O son las caras de la luz mala? ¿Las caras apropiadoras, privadas? Lo cierto es que ya no siento nostalgia del campo que tanto me gustaba. El gusto me lo robó esta época.


Carta abierta leída el 29 de Julio de 2009 en Radio del Plata.



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